Detesto escribir sobre sueños o como sueños; no sólo porque se ha abusado de esta forma de escritura durante todo el Siglo XX, si no porque hacerlo, hoy, sin ser obvio, resulta difícil. Pero como la Chica Irónica parece hacer algo particular del sueño, me dije, el Niño C se dijo, que, tal vez, se podía hacer algo. No, mentira. Esto es sólo lenguaje. La realidad fue la fuerza con la cual el sueño ocurrió. Estaba yo en la Casa de mi tía. Así empezaba. Las paredes rosadas y húmedas descascaradas. Esa casa que el Niño C ya no reconoce. Y algo, como punzante en la garganta que se atragantaba y cortaba todo. Hasta la visión. Mi tía en la cama, ortopédica. Sin poder moverse y con los ojos perdidos. Turbios. Brillosos de turbios. Aunque también era mi mamá. Pero tampoco. Era ella. Ahí, tirada, con las frazadas enrolladas en el cuerpo endurecido. El Niño C no puede o no quiere mirar eso y le dice que la quiere de vuelta. Y ella se despierta de la sordera. Sí. Vuelve a escuchar y se ríe y no sabe cómo; pero aparece la sonrisa esa de cuando era chico. Y la cara de su tía rejuvenece, al instante y empieza, como en las mutaciones de los dibujitos animados, a transformarse en ella otra vez. No en la semi planta. En ella. Y sonríe. Porque está feliz y él pierde eso en la garganta y ahora lo que aguanta es el llanto de contento. Las ganas de abrazarla. Pero ella entonces se pone de pie. Y camina otra vez. No como la dejó ese médico, por pobre, por no tener con qué pagarle. Y se levanta y se pone unos zapatos con tacos y la bata con florcitas que le regalé y camina. Pero si es su prima o su hermana. No, es ella. Volvió a sonreír, a estar viva. De nuevo. Y se sientan en la mesa. Y le prepara el té en los pocillos blancos. Él pierde la actuación. El llanto quiere salir, se quiebra mientras ella habla, como si hubiera estado en silencio por años. No para de hablar y ahora la sensación primera vuelve, porque esto no puede ser real. No. Lo que sigue es una forma de despertar que jamás había acontecido. Como si la cabeza quisiera seguir en el sueño y como si volver a la realidad, caer en ella, otra vez, fuera tan duro que si lo hiciera de golpe, no lo soportaría. Y una sensación que se extiende como cortando la cabeza, haciendo, así, como qué sé yo en el cuerpo. Eso paulatinamente se aleja del comedor y empiezan a aparecer paredes con libros y un techo con una lámpara china. Su tía sigue hablando, ahora con una bombilla de mate en la sonrisa. Por encima de la mesa redonda de roble lustrado. Y la bola con la rosa cursi adentro. Llena de agua. Y ropa tirada en el suelo que se traga a la bola y un televisor encendido y una palidez de pájaros que cantan, ahí, en la pieza, cuando ya todo pasó, no está ni su tía ni nadie. Sólo los ojos mojados de una felicidad falsa. Y en el presente. Tan real que piensa, por primera vez, en el suicidio.
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