11 am
Hoy entré a viarosario. Pero no el común, sino ese otro, el que tiene camaritas donde podés ver a los chongos en exhibición. Mientras preparaba mis clases sobre Montaigne y Rabelais, PASIVODULCEYSENSUAL apareció con un sonido sinfónico en la pantallita. Era, al principio, apenas una etiqueta diminuta, en rojo, que me advertía que alguien quería hablar conmigo. Cliqué. Hola, me decía. Le respondí, claro. Y enseguida la pregunta previsible: ¿Qué buscás? Y la respuesta también previsible: Sexo express. Hubo un silencio de minutos enteros. En el medio, creo haber leído dos o tres parrafadas del ensayo "De la experiencia", y la muerte de los minutos de alguna manera coincidía con los efectos tediosos y extensos de la enfermedad que ahí se describía. Cada tanto miraba la pantalla. Otros empezaron a caer como moscas ante mi mensaje en el chat general que invitaba a tener sexo en espacios públicos. Siempre me calentó el outdoor. El más extraño de mi vida fue en una terraza en zona sur, del que me sacaron prácticamente a las trompadas el padre y el hermano de un rubio medio down que me había levantado en pedo en el Refugio. Cuando conocí a mi pareja, una vez nos cruzó en la estación de ómnibus de la plaza Sarmiento y quiso tomarme de la mano. Mi pareja se calentó. De una manera tan consistente que casi no me habló en semanas. Yo no fui, le decía. Y él más se enojaba. Ahora, está trabajando, mientras PASIVODULCEYSENSUAL me pregunta si lo estoy viendo. ¿Si estoy viendo qué? Y me doy cuenta de que debe estar exhibiéndose con la camarita en el chat general. Lo busco. Y sí, tiene la cámara activa. Cliqueo y no lo puedo creer: es lo más hermoso que he visto en años. Está en un mundo descascarado, una cama revuelta en el fondo, las paredes amarillas y mohosas y apenas una luz tenue. Él, con sus ojos verdes, el pelito crespo corto y una barba candado estetizada. Parece un moro, un morisco blanco de ojos verdes. Como esos gitanos pasionales de Lorca. Casi igual.Y entonces, reparo en el detalle: está en cueros y tiene puesto un corpiño. Blanco. ¿Te gusto? Me dice. Entonces reparo en que sabe que lo estoy mirando. Sí, le digo. No me saques fotos, te voy a mostrar algo, pero no me saques fotos. No, le digo. Entonces se levanta del asiento. Y el morisco de ojos verdes está montadísimo con un portaligas blanco con encajes. Y empalado, al punto de que la verga enorme y grandota le salta por la tanga transparente. Se da vuelta. Años que no veo un culo soñado como ese. Más me calienta. Los pasivos con pija grande me vuelven loco, casi que me enferman a decir verdad. No me saques fotos. Me repite y entonces advierto en esa insistencia que de alguna manera me está pidiendo que lo haga. Que le saque fotos. Entonces le respondo que no lo hago, si nos encontramos. Me dice que no puede, que tiene que encontrarse con su novia. Más me enloquece: un pasivo, chongo, con novia. Nada más perfecto para estallar los límites de la perversión. Entonces, te saco fotos. No seas malo. Responde. Y le digo que le saqué fotos y que se las voy a publicar en facebook o en youtube si no accede a encontrarnos. Estoy lejos. Tomate un taxi. Yo te lo pago. No, no quiero. No me humilles, por favor. Y con carita de nenita que goza en primer plano, lo dice de nuevo: no me humilles, por favor. Y sé, inmediatamente, que esto me va a enfermar, que esto es el comienzo de un desbarrancadero. En pleno stréss, en pleno mundo de encierro y ensimismamiento la puertita de escape necesaria. Si no venís, pajeate. Y empieza a hacerlo y yo ya no aguanto y acometo la misma tarea. Inevitable. Quiero cogerte, puto. Le grito -lo escribo como grito. Y me dice que siente que lo estoy cogiendo, mientras se lleva los dedos al culo y se los mete y un chorro de leche se ve que cae, allá, en el piso, del otro lado, en medio de contracciones de las piernas abiertas y del abdomen. Acá, lo mismo. Mojado, dejo de escribir para ir a limpiarme al baño.
15 pm
Me llega un mensaje. ¿Te acordás de mí? Miro la foto. No lo puedo creer. Es el pendejo. Después de años reaparece para sacarme de la calma. Me meto en su muro. Se casó, tiene un hijo, es de central, se hizo tatuajes, está más grande, mucho más grande, y tiene el mismo abdomen con esos pectorales soñados que siempre, siempre, babeé con delirio. ¿Qué hago? ¿Le respondo? La puntada profunda del cuerpo dice que sí. Y una ternura, o no, mejor, eso que se despierta de golpe como una Bestia inaudita de deseo, de nostalgia, de todo eso junto, me dice que sí. Pero pienso en mi pareja y digo, no. Lo amo a él también por sobre todos los demás -aunque también pienso que esa sensación de endogamia ya no puede sostenerse a esta altura de la historia más que como un anacronismo moral y absurdo. El amor de pareja es una cosa, el de un amante, otra. La diferencia es irreductible y, por ende, ambos son igualmente necesarios. ¿Qué hago?
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