En 99 F, F. Beigbder nos somete al mundo de la publicidad y a la creación de una: la de la manteca Maigrellete. Allí, el narrador Octave sostiene que lo importante es la insatisfacción que genera la misma como forma de mantener el consumo y la atención del cliente a través de la creación de estereotipos inalcanzables. Por ejemplo, ese cuerpo que usted sueña con poseer, personal o sexualmente, y que sabe que nunca llegará a tener. La buena publicidad, para Octave, es aquella que hace de lo imposible una utopía; por lo tanto, un anhelo de realización, un sueño que, a pesar de no tener lugar, parece tenerlo.
Hace menos de una semana en varios programas de espectáculos, entre ellos Intrusos, Los profesionales, etc., los conductores se hacen los misteriosos con un caso Mascherano que circula en videos por internet. Claro que no muestran el material, sino que invitan a un sitio en el cual se puede acceder a la pesquisa del periodista Luis Dapelo, una máscara en primer plano que se mezcla con un potencial Rodrigo de la Serna canoso. Lo primero que llama la atención son los bigotes negros en contraste con las canas de su barba a medio rasurar. Y a medida que uno avanza por los videos del sitio, lo extraño satura. Aparecen un pelado que hace de extra en casi todas las series de telefé (acá se dice ingeniero), entre otros que no evitan la sobreactuación. Cuando llegamos al final, todo parece conducirnos a que el capitán de la Selección tiene instalado un motor MJET, de Fiat, en el tórax, y que las únicas pruebas han sido robadas del caos de la casa de Dapelo. El artificio es tal que no hay dudas de que la publicidad está hecha así para que cualquiera se dé cuenta de que es un artificio. Lástima que Fiat no haya previsto que esa publicidad nunca podrá convencer a alguien de que lo imposible puede devenir posible; no tiene la fuerza de instalar el espacio utópico del cual alguien crea formar parte. No la salva ni la movida de prensa que intenta convencernos de que se trata de una investigación real. Una contradicción formal que, más que desestabilizar, busca tranquilizarnos con una sobredosis de artificio y de realidad mediática para conformarnos a todos: a los crédulos y a los incrédulos, como dice la página web. El arte, y la publicidad es un arte, nuevo, es cierto, pero arte al fin, se niega a la cosita pensada para conformar a todo el mundo. Al contrario, muchas veces, muestra su valor verdadero cuando no conforma a ninguno.
Hace menos de una semana en varios programas de espectáculos, entre ellos Intrusos, Los profesionales, etc., los conductores se hacen los misteriosos con un caso Mascherano que circula en videos por internet. Claro que no muestran el material, sino que invitan a un sitio en el cual se puede acceder a la pesquisa del periodista Luis Dapelo, una máscara en primer plano que se mezcla con un potencial Rodrigo de la Serna canoso. Lo primero que llama la atención son los bigotes negros en contraste con las canas de su barba a medio rasurar. Y a medida que uno avanza por los videos del sitio, lo extraño satura. Aparecen un pelado que hace de extra en casi todas las series de telefé (acá se dice ingeniero), entre otros que no evitan la sobreactuación. Cuando llegamos al final, todo parece conducirnos a que el capitán de la Selección tiene instalado un motor MJET, de Fiat, en el tórax, y que las únicas pruebas han sido robadas del caos de la casa de Dapelo. El artificio es tal que no hay dudas de que la publicidad está hecha así para que cualquiera se dé cuenta de que es un artificio. Lástima que Fiat no haya previsto que esa publicidad nunca podrá convencer a alguien de que lo imposible puede devenir posible; no tiene la fuerza de instalar el espacio utópico del cual alguien crea formar parte. No la salva ni la movida de prensa que intenta convencernos de que se trata de una investigación real. Una contradicción formal que, más que desestabilizar, busca tranquilizarnos con una sobredosis de artificio y de realidad mediática para conformarnos a todos: a los crédulos y a los incrédulos, como dice la página web. El arte, y la publicidad es un arte, nuevo, es cierto, pero arte al fin, se niega a la cosita pensada para conformar a todo el mundo. Al contrario, muchas veces, muestra su valor verdadero cuando no conforma a ninguno.
1 comentario:
Como habrán notado, de esto, se deduce lo paradojal de la nota: o la publicidad no convence porque es buenísima o convence sin convencer y en eso... ¿radica su calidad de buena o de mala? Ya no me entiendo ni solo. Son las denominadas "trampas del lenguaje" y las reflexiones hechas a los apurones a las tres o cuatro de la mañana.
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