Fabián me dice que tengo la cabeza llena de canas. Pero el Niño C sabe que eso es imposible porque es un niño, salvo que todo sea un trastorno; que él mismo lo sea. No sé. ¿Y si es así? Ni aunque te regalen el vasito de Ben10, o el reloj, con tapita y figuritas que varían los aliens en los que lamentablemente no te vas a transformar, porque no, esta es la realidad, Niño C; no, de ninguna manera te vas convertir en Cuatro Brazos y menos van a dejar de salirte las canas. Le dije a un amigo que era la primera aparición del avance de la muerte en el cuerpo que comprobaba, de la descomposición de la materia que se vuelve obsoleta después de haber dado todo lo que podía. Le dice que es un pesimista. Y el Niño C se ríe. Nada de eso: uno no puede ocultar las evidencias. Hemos comenzado el camino a la involución. Salvo que nos detengamos. Y entonces, el Niño C logra trazar los dos postulados de base que sostienen todas sus teorías:
a-Desde los 19, la involución comienza. Uno puede decir que no; pero es así: nada de que a cuanto más tiempo, los sistemas se vuelven más evolucionados. No; todo lo contrario: la materia tiende a su descomposición, inevitablemente.
b-Si la materia se descompone por el paso del tiempo, uno puede, no obstante, elegir que la res pensante retorne o se quede fija en una temporalidad: la infancia, por ejemplo. Así, lo que la materia destruye, la res pensante lo conserva; aunque cuando la otra haya llegado a su máximo nivel de descomposición, tal vez la res pensante no tenga ni siquiera sentidos para engañarse y, digamos, ese reloj y vasito y toallón y acolchado de Ben10 habrán perdido toda su eficacia (a lo mejor, habrá llegado el momento de los pañales o de la ceguera uterina en una posición fetal sobre la cama de un asilo y sin líquido amniótico).
a-Desde los 19, la involución comienza. Uno puede decir que no; pero es así: nada de que a cuanto más tiempo, los sistemas se vuelven más evolucionados. No; todo lo contrario: la materia tiende a su descomposición, inevitablemente.
b-Si la materia se descompone por el paso del tiempo, uno puede, no obstante, elegir que la res pensante retorne o se quede fija en una temporalidad: la infancia, por ejemplo. Así, lo que la materia destruye, la res pensante lo conserva; aunque cuando la otra haya llegado a su máximo nivel de descomposición, tal vez la res pensante no tenga ni siquiera sentidos para engañarse y, digamos, ese reloj y vasito y toallón y acolchado de Ben10 habrán perdido toda su eficacia (a lo mejor, habrá llegado el momento de los pañales o de la ceguera uterina en una posición fetal sobre la cama de un asilo y sin líquido amniótico).
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