El Niño C no sabía, no, que al cruzar la calle hacia La Gallega, justo cuando de la Costa se trababan todos los autos en la Avenida, y él y el Niño F corrían antes de que recomenzara la circulación, no sabía, no, que unos pendejos en un fiat uno iban a acelerar por el costado, con todo, y lo iban a hacer rodar en el cemento. Como una bolsa de papa. La sensación es siempre rara cuando se sale indemne. Piensa en cómo apoyó las manos en el capot y se impulsó hacia atrás. La percepción quebrada de Fabián tratando de agarrarlo en el aire. El otro auto, de atrás, que buscaba moverse y le pasó con las ruedas en la oreja. Y el sobresalto porque le daba vergüenza haber perdido la ojota vaya saber dónde. Mientras se ponía de pie y la gente se agolpaba y los pendejos detenían la marcha asustados. Y miraban, desde adentro, como si estuvieran haciendo una exploración antropológica. Las caras en composé desde las ventanillas. No pasó nada. Vayan, vayan, les decía, mientras la pierna marcada por un bubón comenzaba a hincharse. Y los raspones se hacían visibles. Fabián que gritaba mirá cómo te hiciste la pierna. Te hiciste concha la pierna. Y yo que miraba y no era nada, si hasta podía caminar y todo. Lo único que me preocupaba era la ojota, perdida entre los autos que pasaban en plano corto a todo travelling. ¿Te hiciste algo? Dijo la mano apoyada en el hombro, cuando los pendejos volvieron a acelerar y desaparecieron. Ni la patente llegó a ver el Niño C. No, no pasa nada. Alcancé a tirarme para atrás. Pero si te pasó la rueda por encima. Gritaba con los ojos agigantados F. No seas exagerado. Vamos a comprar. Y cruzó, agarró la ojota y se metió a La Gallega. No fuera que le comprasen todas las cremas depilatorias y se quedara sin.
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