Una película publicitada con tantos premios, como mínimo, sin necesidad de ser buena, tenía que entretener. Por algo Hollywood es el reino del entertainment. Y Fuimos. A las 22:50.
Tal vez el mayor logro de la película, tengo que admitirlo, consiste en contradecir todo el tiempo el epígrafe de Hedges con el cual arranca: "The rush of battle is often a potent and lethal addiction, for war is a drug" (La adrenalina de la batalla es, a menudo, una adicción letal y potente; para la guerra es su droga). En efecto, porque si el personaje principal (en una excelente actuación, por cierto) llamado Sargento James, parece sufrir esta extraña enfermedad adrenalino-dependiente, lejos de parecer una droga malvada, para esa guerra -y no hablamos de cualquier guerra, sino de una en medio oriente, con las implicaciones políticas que esto tiene- se revela una necesidad saludable para los pobres orientales asediados por los malvados terroristas que someten con sus inhumanas bombas a los espectadores y al adrenalínico James. Hay explosives de todos los tipos y por todos lados. Pero no es una cuestión de espacio lo que parecen estallar; sino el tiempo. Saturan el transcurso de la película apareciendo aquí o allá, a cada segundo. En realidad, en cada montaje de los fragmentos que componen la película. Porque a eso se reduce todo: a una sucesión de escenas en las cuales James, con su enferma adrenalina, desarma bombas y somete -por una moral de la película- a sus compañeros. Y ahí es donde se revela la contradicción. Uno parece perturbarse, no por la crudeza del realismo chato con el cual es filmada la película, sino porque en el fondo, lo que se juega todo el tiempo es la justificación de la guerra. ¿Cómo no van a ocupar Medio Oriente y a pujar por establecer la democracia, si los pobres orientales conversos a la religión de los salvadores norteamericanos, están asediados por monstruos terroristas que los ponen en riesgo, cuando no los obligan a volverse una bomba humana?
Acaso, también, la otra virtud consista en el montaje de las escenas y en las tomas con cámaras subjetivas que componen unos personajes realistas. Sí, personajes realistas viviendo el tiempo completo del desarme de bombas terroristas a través de lo cual se revela un mundo. Una porción de ese mundo. La de los soldados que padecen la espera del fin de su misión y la de James, que sufre a su familia hasta que llega la oportunidad de volver a la guerra. Dos estereotipos enfrentados, todo el tiempo. Y léase bien: no se trata de seres excepcionales, sino de estereotipos. Un adrenalino dependiente y otros que no aguantan la guerra. El héroe balzaciano era el que encarnaba, como excepción, a su época. No se trata de James, quien es uno más de los que degustan la guerra, como los terroristas o algún que otro sargento que aparece por allí, complacido en matar a un oriental porque no llegaba al hospital.
Lejos del entertainment, uno intentaba acomodarse en el asiento para sentirse un poco mejor, mientras deseaba, con muchas ganas, que la película terminase de una vez por todas. Tal era la perturbación que generaba la justificación de la guerra en una filmación interesante y con giros que, por momento, desestructuraban el género bélico. No es poco esto último, por cierto. Pero sólo la forma, ya no alcanza como criterio para que digamos que algo es interesante, que vale la pena mirarlo o leerlo. La tesis, porque es una película de tesis, se volvía insoportable. Y en el presente, también necesitamos un plus que, por proselitista -y por complacer a un público nacional estadounidense culposo- The Hurt... bored ( aburrió).
Tal vez el mayor logro de la película, tengo que admitirlo, consiste en contradecir todo el tiempo el epígrafe de Hedges con el cual arranca: "The rush of battle is often a potent and lethal addiction, for war is a drug" (La adrenalina de la batalla es, a menudo, una adicción letal y potente; para la guerra es su droga). En efecto, porque si el personaje principal (en una excelente actuación, por cierto) llamado Sargento James, parece sufrir esta extraña enfermedad adrenalino-dependiente, lejos de parecer una droga malvada, para esa guerra -y no hablamos de cualquier guerra, sino de una en medio oriente, con las implicaciones políticas que esto tiene- se revela una necesidad saludable para los pobres orientales asediados por los malvados terroristas que someten con sus inhumanas bombas a los espectadores y al adrenalínico James. Hay explosives de todos los tipos y por todos lados. Pero no es una cuestión de espacio lo que parecen estallar; sino el tiempo. Saturan el transcurso de la película apareciendo aquí o allá, a cada segundo. En realidad, en cada montaje de los fragmentos que componen la película. Porque a eso se reduce todo: a una sucesión de escenas en las cuales James, con su enferma adrenalina, desarma bombas y somete -por una moral de la película- a sus compañeros. Y ahí es donde se revela la contradicción. Uno parece perturbarse, no por la crudeza del realismo chato con el cual es filmada la película, sino porque en el fondo, lo que se juega todo el tiempo es la justificación de la guerra. ¿Cómo no van a ocupar Medio Oriente y a pujar por establecer la democracia, si los pobres orientales conversos a la religión de los salvadores norteamericanos, están asediados por monstruos terroristas que los ponen en riesgo, cuando no los obligan a volverse una bomba humana?
Acaso, también, la otra virtud consista en el montaje de las escenas y en las tomas con cámaras subjetivas que componen unos personajes realistas. Sí, personajes realistas viviendo el tiempo completo del desarme de bombas terroristas a través de lo cual se revela un mundo. Una porción de ese mundo. La de los soldados que padecen la espera del fin de su misión y la de James, que sufre a su familia hasta que llega la oportunidad de volver a la guerra. Dos estereotipos enfrentados, todo el tiempo. Y léase bien: no se trata de seres excepcionales, sino de estereotipos. Un adrenalino dependiente y otros que no aguantan la guerra. El héroe balzaciano era el que encarnaba, como excepción, a su época. No se trata de James, quien es uno más de los que degustan la guerra, como los terroristas o algún que otro sargento que aparece por allí, complacido en matar a un oriental porque no llegaba al hospital.
Lejos del entertainment, uno intentaba acomodarse en el asiento para sentirse un poco mejor, mientras deseaba, con muchas ganas, que la película terminase de una vez por todas. Tal era la perturbación que generaba la justificación de la guerra en una filmación interesante y con giros que, por momento, desestructuraban el género bélico. No es poco esto último, por cierto. Pero sólo la forma, ya no alcanza como criterio para que digamos que algo es interesante, que vale la pena mirarlo o leerlo. La tesis, porque es una película de tesis, se volvía insoportable. Y en el presente, también necesitamos un plus que, por proselitista -y por complacer a un público nacional estadounidense culposo- The Hurt... bored ( aburrió).
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