La cosa arranca cuando el Niño C abre facebook y ve el mensajito de la Niña I: ¡A ESCASOS MOMENTOS DE LA PRESENTACIÓN DE EL MANAGEMENT ENVILECE EL MUNDO! Y entonces, comienza la desesperación. Recuerda que desde hace dos semanas, mínimo, tiene pensado ir a ver qué hizo esta vez I. Y ya no sabe cómo llegar. Son las ocho menos diez y la presentación es las ocho. El Niño F ni siquiera se metió a bañar todavía y, justo cuando atravesaba el umbral del comedor al baño, lo conmina: apuráte porque tenemos que ir ya a la presentación del libro de Irina. F lo mira. Por lo bestial que insinúan sus movimientos de orangután encerrado. ¿Pero a qué hora es? Le pregunta. Ahora, respondo. Vos estás loco. Dice F. Tal vez, pero no vamos a hacer psicoanálisis ahora, báñate rápido que, por lo menos, con suerte, llego a comprar el libro.
Y entonces, mientras F se baña, C agarra el celular y manda un mensaje a Picopá, que seguro ya debe estar allá, habla consigo mismo, para que lo esperen, por lo menos, si todo termina rápido. Pero Picopá le responde que recién está saliendo, así que estamos iguales. Se tranquiliza. Siempre es reconfortable no sentirse la única Bestia en el mundo. Por suerte.
Y ya lo vemos a toda marcha por la calle. F la cabeza mojada, él con sus tics de autista haciendo movimientos de Niño especial con los dedos de la mano. Como descargando una enfermedad psiquiátrica, una patología latente que espera salir en cualquier momento para volverse real. Cruzan el Cruce Alberdi, semáforos, autos, la Estación Rosario Norte, a Olmedo sentado en el banquito de la Pichincha, El Boulevard Oroño y estacionan. Suben las escaleras del Centro cultural. Salta 1859. Mármoles por los que baja la voz de un hombre que dice algo todavía incomprensible. Y allá adelante, el gheto poético: Picopá, Gilda, La Niña I sentada en una mesa-atril con manteles pop-vintage de frutas y de flores estridentes y, a su costado, la sonrisa de alguien cuyo rostro y nombre, todavía, parecen difusos, demasiado estereotipados: una punk, sí, una punk-dark más.
Era la primera vez que la veía andar en el gheto. Esta debe ser de Buenos Aires, una de las poetas que formaban parte de la selección de la editorial Clase Turista. Seguro. Todavía no sabía, no, que era Ano liberado. No, porque aún no se había definido como tal, no había hecho evidente su identidad más que detrás de la tipología común y retrillada de la chica punk-dark-torta. En eso era EL ESTEREOTIPO. Cuasi airano.
No sabe cómo; pero todavía no leyeron. En realidad, sabe. Si algo aprendió del gheto poético-letrado es que siempre empiezan con sus shows una hora más tarde de lo estipulado en sus convocatorias. Lo cual es, al fin de cuentas, algo absolutamente positivo para los especímenes como él que siempre llegan tarde a todos lados. En realidad, pienso, debemos ser así los del gheto en general. Todos. Ya sé, no está bien generalizar a partir de lo personal. Pero en esta época estamos más allá del bien y del mal. Y por ende.
Ahora entiende lo que decía la voz desde abajo. Y la identifica. Es un editor sexi-gay que aprieta botoncitos y señala una proyección. Un clip de “Secretaria ejecutiva”. Melanie Griffit en la bicicleta. O Melanie que lleva un portafolio. Primeros planos de lágrimas y de risa. Su saquito. Su camisita blanca. Su equipo deportivo. Y las zapatillas. Edificios y ambientes pre-minimalistas. Y dinero. Y más y más. Música. Electrónica. En la pared. FIN.
El editor reflexiona en torno del envilecimiento que el mundo de los negocios impulsa sobre el planeta, cómo copta la libertad de los cuerpos y hace que hegemónicamente el universo gire con su lógica, que hasta la pobre chica de barrio deba renunciar o negociar con su identidad para devenir la presidenta de la empresa de Manhattan. La chica Punk-dark repite idéntico epíteto tras cada reflexión del editor: horroroso (o su sustantivo “un horror”). Pero por suerte están los héroes: ellos, que vienen a hacer otra cosa en el mundo: editar poesía. ¿Otra cosa? Todos sospechábamos que sí, hasta que, como debía ser, la Niña I irrumpe con su marginalidad dulce y señala. Los señala, hasta dejarlos demodé en la pose denegatoria revolucionaria que busca sostener un margen paradójico, porque está en el centro de su propia actividad como un poder oculto consagratorio que hegemoniza los discursos de sus prácticas. El capitalismo es malo, escribamos poesía o, en su defecto, el dinero no tiene nada que ver con nosotros, nosotros somos más buenos y mejores por naturaleza que la lógica de cualquier empresa o que la lógica económica. Dicen sin decir, entre líneas, los editores y el coro punk-dark.
I hace evidente la moral que los sostiene. Y sólo dice que también es cierto que la escena en que Melanie se pone los zapatillas, después de sacarse los zapatos, para hacer gimnasia, o viceversa, a ella le pareció increíble, que siempre le hubiera gustado tener esos zapatos, por ejemplo, ¿no?, porque hay algo en esos fetiches del capitalismo que también fascina y hasta, quizá, nos activa el deseo en una especie de agenciamiento –tal vez perverso y hasta decidido por un poder, pero, acaso, ¿no se puede producir poesía con eso? Mi poesía está llena de esos fectiches–. La chica punk-dark vuelve a afirmar que le parece un horror esa película y cruza miradas con un adolescente de calzoncillos colgantes, cómplices, como diciendo, o preguntando, qué está diciendo ésta.
Y yo les respondo –en silencio– está poniendo las cosas en su lugar, provocando, haciendo lo que hay que hacer en estos lugares donde el pensamiento común y homogéneo también circula como en cualquier lado y que, aunque sea alternativo, no deja de ser una doxa que les hace participar también de la contra-hegemonía de un poder siniestro, que deniega el dinero, pero que no prescinde de él, como por ejemplo, en esos cartelitos que dicen que la selección poética cuesta 30 pesos, en una exposición publicitaria y convencional que sostiene toda presentación. Es también la misma contra-hegemonía que dice que el dinero - o todo lo relacionado, una empresa o el management, por ejemplo- son demonios corruptores y que, por lo tanto, carecen de importancia. Pero pareciera que la tienen, ¿no?, porque la mayoría de la literatura no fue producida por esclavos, o siervos, u obreros, o villeros, sino por quienes detentaron el poder del dinero o, mejor dicho, quienes tenían o se hicieron el dinero suficiente para producirla. Un management de escritores, si se quiere, que denegó lo económico porque no careció de ello y que, de esa manera, se apropió del capital y de la producción simbólica, escondiendo, por pura modestia material, la cruenta realidad de la cultura: su dependencia -en mayor o menor grado, dependiendo de los casos- y necesidad de la economía. ¿Será este el caso y la Niña I pone las cosas en orden? ¿Será que los editores y la chica Punk-Dark pueden dedicarse a la literatura porque no carecen de los medios para hacerlo y llegan a este tipo de afirmaciones? ¿O será que están adhiriendo, sin saberlo, a esa lógica de los escritores adinerados o aristócratas? ¿Contribuirán, así, a que la literatura siga sin valor económico visible y, por lo tanto, a que la sigan produciendo sólo quienes pueden?
Digo, porque ahora la Chica Punk-Dark paga sin problemas el vino y los canelones que le pidió al mozo en el restaurante, después de haber aclarado que ella odia trabajar y que reniega de la economía. Así es; nunca tuvo un trabajo formal, porque sufre mucho mucho en esos lugares de infierno –¿De dónde sacará el dinero la chica punk-dark? o, peor aún, si reniega de la economía, ¿cómo es que sigue usando el dinero?
Y cuenta, con placer, intenso placer, que se robó todo de bronca del único laburo que tuvo, por desprecio al Jefe y a sus compañeros nefastos. Unas tazas de porcelana y no sé qué más, o no me acuerdo. No entiende cómo hacen los demás para sostener semejante martirio. ¿Será que para los demás no lo es? Pero ella era una chica rebelde que no, no iba a aceptar semejantes condiciones del mundo. Sobre todo considerando su nombre. Porque en este mismo restaurante es donde nos acaba de revelar su verdadero nombre, su escape al estereotipo o, no, mejor dicho, el lugar en que el estereotipo muestra su Bestia interna. Sí. Ha llegado el momento crucial en que se define el destino de una vida. Como en los textos borgeanos. Ella es Ano liberado. Ustedes nunca entienden nada. Como si no hubieran participado de la experiencia. Está bien, está bien, ahora les aclaro las cosas.
Resulta que estábamos con los dos Niños F, con Picopá y con La Niña I a punto de tomar los menús con las manos. Y escuchamos la primera manifestación. La chica Punk-Dark (Ano liberado latente) le pregunta al mozo si tiene algo que no posea animales torturados y muertos. Me miran todos. Al unísono. Agacho la cabeza. No quiero decir que siento que Lisa Simpson es real; pero estoy a punto de hacerlo. Aunque no. Alguien me patea por debajo. Fuerte. Me hago el boludo. El Niño C le pasa la carta a Picopá y dice que para él está bien una milanesa napolitana con fritas. Sabe que la Punk-Dark debe estar revolviéndose del asco. Hasta que entienda que no es asco, que ni siquiera es eso lo que está detrás de todo. Como en cualquier moral, siempre hay una doxa, una hegemonía discursiva que impulsa los actos.
Y ahí la explica. Solita. No entiendo cómo los putos están pidiendo por el matrimonio. El matrimonio. Con lo que dijo Foucault sobre él, yo no entiendo cómo siguen sosteniendo eso. Pidiendo eso después de Foucault y de Perlongher. Ya él decía que la sociedad debía liberar el ano y estos se quieren casar. Así nació Ano Liberado. En pleno éxtasis de sus palabras. La mirábamos atónitos. En el autoritarismo de sus frases y en la lectura a contrapelo de Perlongher y de Foucault o, mejor dicho, en la doxa de autoridad en la que se apoyaba para sostener sus actos. Porque siguió abundando en la necesidad de que la sociedad se libere sexualmente de una vez por todas, en la necesidad de una revolución anárquico-social que nos libere hasta volvernos agenciadores de nuestros deseos –sexuales– ad-infinitum. Sin meta y sin matrimonio que nos ate al Estado. Todos tienen que liberar sus anos. Como ella, que le gusta todo y de todo y que organiza fiestas pornos en su casa o que sostiene un blog bajo la consigna de Buttler que, a su vez, vuelve a citar a Foucault, pretendiendo que sólo nos puede salvar una pornología. Hacer lo que ella hace. Eso. ¿Adecuar sus actos a una consigna de otros? No, pavos, además de eso, que a todos nos empiece a gustar todo. Los dildos, las cremas, la vagina, los penes y, sobre todo, cualquier cosa que entre por el ano.
Resulta que estábamos con los dos Niños F, con Picopá y con La Niña I a punto de tomar los menús con las manos. Y escuchamos la primera manifestación. La chica Punk-Dark (Ano liberado latente) le pregunta al mozo si tiene algo que no posea animales torturados y muertos. Me miran todos. Al unísono. Agacho la cabeza. No quiero decir que siento que Lisa Simpson es real; pero estoy a punto de hacerlo. Aunque no. Alguien me patea por debajo. Fuerte. Me hago el boludo. El Niño C le pasa la carta a Picopá y dice que para él está bien una milanesa napolitana con fritas. Sabe que la Punk-Dark debe estar revolviéndose del asco. Hasta que entienda que no es asco, que ni siquiera es eso lo que está detrás de todo. Como en cualquier moral, siempre hay una doxa, una hegemonía discursiva que impulsa los actos.
Y ahí la explica. Solita. No entiendo cómo los putos están pidiendo por el matrimonio. El matrimonio. Con lo que dijo Foucault sobre él, yo no entiendo cómo siguen sosteniendo eso. Pidiendo eso después de Foucault y de Perlongher. Ya él decía que la sociedad debía liberar el ano y estos se quieren casar. Así nació Ano Liberado. En pleno éxtasis de sus palabras. La mirábamos atónitos. En el autoritarismo de sus frases y en la lectura a contrapelo de Perlongher y de Foucault o, mejor dicho, en la doxa de autoridad en la que se apoyaba para sostener sus actos. Porque siguió abundando en la necesidad de que la sociedad se libere sexualmente de una vez por todas, en la necesidad de una revolución anárquico-social que nos libere hasta volvernos agenciadores de nuestros deseos –sexuales– ad-infinitum. Sin meta y sin matrimonio que nos ate al Estado. Todos tienen que liberar sus anos. Como ella, que le gusta todo y de todo y que organiza fiestas pornos en su casa o que sostiene un blog bajo la consigna de Buttler que, a su vez, vuelve a citar a Foucault, pretendiendo que sólo nos puede salvar una pornología. Hacer lo que ella hace. Eso. ¿Adecuar sus actos a una consigna de otros? No, pavos, además de eso, que a todos nos empiece a gustar todo. Los dildos, las cremas, la vagina, los penes y, sobre todo, cualquier cosa que entre por el ano.
Ahora era evidente. No. No usa la teoría de los otros para hacer la suya. Se adhiere a la literalidad de las consignas de los otros. De ahí que liberar el ano, esa consigna que atribuye a Perlongher, sea, para ella, y a pesar del barroso donde todos los sentidos están entremezclados, es, para Ano Liberado, literal. Toda la sociedad, para merecer su respeto, el respeto de quien sí cumple la ley de Perolongher o de Foucault, la doxa moral de la liberación sexual y que, por lo tanto, es la Verdad, lo mejor, lo correcto, toda la sociedad debe liberar el ano, sin ataduras. ¿Y por qué? Que cada uno haga lo que quiera y que no lo jodan o que le garanticen el acceso –si quiere– a los mismos derechos y no que se pliegue al autoritarismo de la doxa de Ano Liberado. Porque así se vuelve tan autoritaria y dogmática como quienes pretenden que a todos les guste el sexo opuesto. Le digo a los chicos, en la esquina, mientras emprendemos el regreso. Divertidos, cada uno a su manera con las pseudo verdades con que Ano Liberado pretendía sostenerse.
Para ella, por el pelo corto, o por cómo estaba vestida, cualquier gesto, como dar vuelta un vaso, es provocador si lo hace. Es re contra fácil provocar siendo como es, dice. Para no darle la razón, no discutimos, ni le decimos nada. No sea que crea que está provocándonos. Y nos reímos. Porque se cree especial, anómala, rara y no es más que una chica punk-dark más o una adherente a frases –y experiencias- teóricas ajenas o a discursos aristocráticos -y pacatos- sobre la relación arte-mercado. Pobre Ano Liberado. La provocación fue la de la Niña I que, anómala al discurso hegemónico del gheto, supo cómo generar miradas cómplices entre Ano liberado y el adolescente o la cara colorada de los editores. Ella sólo nos hizo reír por un rato. Por su inocencia. O por sus pretensiones despóticas, a pesar de sus propósitos libertarios. A mí, me encantó como estereotipo narrativo.
PD: Camino a casa, devoré El mangement envilece el mundo. A pesar del título y de Ano liberado, el libro es una de las más auténticas experiencias de lectura del presente. Porque abre lo cotidiano en cada verso como material privilegiado para inventar imágenes para nada cotidianas, extrañadas, en las tres propuestas de las escritoras que componen la selección. Se trata de un lenguaje nuevo, que recupera y avanza en la frescura –inocente, bestial o incierta– del mundo contemporáneo de mujeres que rompen los moldes de la lengua, de la moral o de sus roles. De esa manera, amplían nuestras posibilidades de percepción, haciéndonos partícipes de imágenes que se queman en la lectura como chispazos de fuegos artificiales ramificados en el cenit de la imaginación.
Para ella, por el pelo corto, o por cómo estaba vestida, cualquier gesto, como dar vuelta un vaso, es provocador si lo hace. Es re contra fácil provocar siendo como es, dice. Para no darle la razón, no discutimos, ni le decimos nada. No sea que crea que está provocándonos. Y nos reímos. Porque se cree especial, anómala, rara y no es más que una chica punk-dark más o una adherente a frases –y experiencias- teóricas ajenas o a discursos aristocráticos -y pacatos- sobre la relación arte-mercado. Pobre Ano Liberado. La provocación fue la de la Niña I que, anómala al discurso hegemónico del gheto, supo cómo generar miradas cómplices entre Ano liberado y el adolescente o la cara colorada de los editores. Ella sólo nos hizo reír por un rato. Por su inocencia. O por sus pretensiones despóticas, a pesar de sus propósitos libertarios. A mí, me encantó como estereotipo narrativo.
PD: Camino a casa, devoré El mangement envilece el mundo. A pesar del título y de Ano liberado, el libro es una de las más auténticas experiencias de lectura del presente. Porque abre lo cotidiano en cada verso como material privilegiado para inventar imágenes para nada cotidianas, extrañadas, en las tres propuestas de las escritoras que componen la selección. Se trata de un lenguaje nuevo, que recupera y avanza en la frescura –inocente, bestial o incierta– del mundo contemporáneo de mujeres que rompen los moldes de la lengua, de la moral o de sus roles. De esa manera, amplían nuestras posibilidades de percepción, haciéndonos partícipes de imágenes que se queman en la lectura como chispazos de fuegos artificiales ramificados en el cenit de la imaginación.
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