Si clickeás en mi perfil, está casi borrado. Nunca soy el que debe ser y, creo, eso determinará siempre la marginalidad de lo que hago. La percepción es clara. Se agudizó en el Festival, en la participación del Festival Internacional de Poesía. No tengo ni tendré jamás la capacidad para generar socialización; mi personalidad está vaciada, absorbida por la escritura, metida sólo en ella y hoy hace falta otra cosa. Siempre hizo falta otra cosa. Y yo soy de los insignificantes, de los que nunca llegarán a nada porque está fuera de todo. No puedo salir a buscar aplausos, no puedo hablar con quienes debería por la incapacidad pueblerina de la vergüenza o por la timidez que siempre paraliza, ni tampoco tengo, por lo menos no siempre, el humor televisivo y del espectáculo que hace falta para conseguir la adhesión del público (del lector como público) o llamar la atención de los editores. Si miro los Monstruos poéticos que participaron estos días del evento que, aún, no deja de fascinarme, percibo aún más mi insignificancia, mi pequeñez -reforzada por la de un cuerpo diminuto que apenas sobresale detrás de los micrófonos. De los Grandes, jamás me interesó ni me interesará llegar a la "cosa grande redonda"; nunca llegaré a ser el Monstruo Borges. De los Nuevos, no tengo ni tendré jamás la capacidad de contacto y de intercambios -corporales y poéticos- que saben construir como personajes o mega stars del espectáculo; por lo tanto, nunca llegaré ni seré la comparsa de Monstruos geniales que son Frank Baez o Wingston González o Gabi Bex o Washington Cucurto. Apenas soy una Bestia, bruta, salvaje, sin un poco de civilidad, sin capacidad de generar contactos; una Bestia que sólo satisface algo que el cuerpo demanda, que aparece como una puntada que requiere descargarse en la pantalla, en el teclado, en la punta de los dedos. Por lo tanto, imposible de integrar, siempre afuera, afuera de todo y de todos y con vergüenza, profunda, de su nimiedad, de su brutalismo. Incapaz, incluso, de hacer preguntas interesantes a su corpus vivo (Cucurto) por una especie de distancia que me gusta inventar y mantener para decir con libertad lo que me plazca en lo que leo de él y que no sea él quien condicione con ningún tipo de vínculo a la Bestia de la escritura. Tal vez, sea una Bestia del grupo de los grasitas -como definiera esta categoría poética y social alguien en una de las cenas- porque no se puede escapar de una clase social, siendo que la literatura es y seguirá siendo eso: una marca de lo que se atraviesa en la experiencia (y en buena medida esa categoría también la define a ella como una nueva Victoria Ocampo, sólo que ahora espectacularizada). A lo mejor, el hecho de ser local, pone límites a la necesidad de contacto que el hecho de ser extranjero implica por sí misma. Aunque tal vez ni siquiera sea eso; es lo más probable. Quizá haya sido lo que I. comentó: uno de los rosarinos de relleno a los que había que meter y que, por ahí, no tiene nada importante o hace porquerías -esto lo digo yo. Estoy casi convencido de lo último. Pero de todos modos, ese perfil que es fácil de reconocer y de comprender, no tiene nada de arbitrario, también lo alimento, porque es lo que permite que la Bestia siga descargando eso que aparece como una puntada, como en Rilke su soledad o en Inchauspe su autodestrucción. Y entonces, a pesar de todo, seguiré siendo la Bestia resistente y descargada en la pantalla, porque no se puede escapar de algo que es en el cuerpo. Todavía no hay cirugía.
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