El paisaje parecía un elástico tornasolado. Apenas convulsionado por un oleaje leve que se sometía a un ritmo de flujos y reflujos que sin embargo avanzaba siempre. Por eso, toda vez y ninguna nos mojamos en el mismo río. Todo era plenitud de vacío. Porque el silencio llegaba a través de las luces de las cavernas que se derramaban sobre las barrancas. Las ciudades estaban ahí inmóviles para la visión, pero tan móviles en las respiraciones sincrónicas de sus habitantes que lo único que podía sentir era una contradicción profunda que devino angustia. Como un túnel en la soledad de la noche flúor. El camión tenía leves descensos para mantener las coordenadas del vuelo. A veces, nos cruzábamos con algún que otro viajero nocturno y eso era como un alivio que duraba segundos. Un chisporroteo. Digamos, unos breves instantes desde que el puntito de luz se tornaba colectivo, camión o auto y pasaba por el costado, allá lejos, flotando sobre el río. Después nada. Y entonces el tablero se encendió de golpe y la voz de Maldoror comenzó a cantarnos la justa:
-No hay nada mejor que el sexo para la depresión en el viaje. Los Señores recomiendan que baje en el próximo colibrí. Allí hay mujeres majestuosas y pendejas calentonas. Usted quedará aliviado y evitará un suicidio inconsciente por la sensación melancólica de una pérdida que no existe. Después de todo, su infancia, buena o mala, siempre viaja con usted.
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