A Mariana, Irina, Javi y Rafael
Leo la nota de Osvaldo Aguirre del primer domingo de mayo. Al parecer, habría, según sus palabras, una tendencia rosarina a premiar y editar obras que no sean "tan experimentales", debido a un miedo a la ilegibilidad, al riesgo que supondría para el emprendimiento editorial hallar lectores (en pocas palabras: vender). Aguirre sostenía que, por eso mismo, generalmente los primeros premios del Concurso Municipal no son los mejores, si no los segundos u otros. Al mismo tiempo, escucho la nota que REP le hace a Spregelburd en "El holograma y la anchoa". Spregelburd es categórico: "sin experimentación no hay arte". Una coincidencia extraña comienza a configurarse de golpe.
A principios de año, cierto editor planteó que no publicaría Machos de campo por el carácter demasiado experimental de un último cuento que, de alguna manera, tensionaba la forma y le daba un giro novelístico a todo el libro, como en Los desterrados de Horacio Quiroga. Pero que, además, esa especie de chat en bruto que se desplegaba allí, era como muy muy "experimental". Ok, tenés razón. ¿Qué más podía decirle? Agregué, eso sí, que con los criterios editoriales no me meto. Si no querés publicarlo por experimental, no lo hagas; pero me parece un exceso y no entiendo bien a qué te referís con esa categoría. Sin embargo, estos días -a esto no se lo conté al Niño C todavía y lo hago ahora usándole el espacio del blog- reparé en que sí tenía ganas de meterme. Y aquí estamos.
En Zonas ciegas, Graciela Montaldo habla de experimentos culturales en el sentido de ejecuciones o de dispositivos que provocan efectos más allá del campo en el que fueron pensados. Tal vez, pensé, un libro con una temática gay (y por tanto urbana) en un ambiente rural, en el campo, llevando al extremo una tematización que ya comienza a configurarse en Moreira (tanto de Gutiérrez como de Aira) y que está barrosamente expuesta en Alambres, de Perlongher, hayan, de alguna manera, afectado la sensibilidad del editor y, sumado, es cierto, a esa especie de puesta en tela de juicio de los géneros, paradojalmente tan quirogueana, lo hayan ahuyentado. ¿Cómo presentar y hacerle digerible a un lector rosarino esas dos coordenadas? Pienso que fue eso lo que se le cruzó por la cabeza. Digamos, la imposibilidad de asumir un riesgo en la edición. Sobre todo por lo que esgrimió como argumento: -Me parece que tiene un alto valor literario el libro; PERO... (Sería bueno releer Dejen todo en mis manos de Levrero al respecto).
Más allá de que todavía no alcanzo a comprender su idea de experimental, sí me parece que una cierta insistencia en entrevistas y notas que el editor pregona, la de editar autores "reconocidos", viene a reponer bastante el estado de la cuestión. Digamos: cero riesgo, por tanto, cero experimentación, por tanto, cero intervención en el mercado editorial, por tanto, reproducción, por tanto, catálogo vendible, por tanto, chapeo. En fin, ese perfil, el del editor anti-experimental que se configuró de golpe, hizo aún más nítida la característica de su contrario. Por ejemplo, la de ese Achaval Solo que Aira construye en La nueva vida; es decir, un editor auténtico -no un simulacro de editor- que asume el riesgo de publicar a un autor nuevo, desconocido, a pesar de que tenga que luchar con el paso del tiempo y con la historia del mercado editorial misma, de los cuales, sin embargo, sale indemne persistiendo en su idea por creer en la potencialidad del texto del autor y de su valor literario - a pesar de/con sus imposibilidades materiales para ejecutar dicha tarea. En cambio, el simulacro de editor no puede más que escudarse en reproducir un catálogo de estrellitas reconocidas y moverse, así, esgrimiendo con orgullo y con el pecho insuflado el placer de haber editado a tal; pero nunca a su obra, nunca a su texto, si no a la firma que puede mercadear simbólica y económicamente en su espacio de interacción. Al contrario de lo que supone el arte para Baudelaire; es decir, un camino hacia lo desconocido, él asume su rol de simulacro y se condena a la publicación de lo cristalizado por una legibilidad pacata y, por lo tanto, del no arte.
2 comentarios:
Estoy considerando, para salir de la modorra y arrancar de una vez por todas con mi plan, en pelear un poco con ese trabajo de Florencia Abbate sobre Vanasco y otros escritores “heterodoxos”. Podés quedarte tranquilo, Cris: la noción errónea de lo experimental no es privativa de editores, también la manejan muchos críticos. A mi juicio es simple: es cuando se mira lo experimental desde las orillas de una estética clásica. Entiendo aquí por estética clásica lo que entiende Aira: la que busca la mayor coincidencia entre el devenir de un proceso y el ser de un producto. Una vieja amiga me decía una vez que “Nadie nada nunca” no le gustaba porque le parecía un experimento fallido. Yo le contesté que en arte el experimento tiene la obligación de ser fallido: si tiene éxito, no es experimento. Es en la ciencia donde el experimento debe acertar. Experimental se toma entonces como una experiencia previa para después realizar un arte “maduro”, “verdadero”. Es lo que dice Abbate de Vanasco: se queda en lo experimental. Como si lo experimental debiera llevar a algún lado. Aira en cambio dice: todas mis novelas son experimentales. Son nociones diferentes. Por eso esta discusión suele ser de sordos. El artista experimental quiere precisamente no controlar el resultado: que los tubos de ensayos exploten. Es lógico que esa prerrogativa choque contra las expectativas editoriales. Y si no terminemos por lo obvio: recordando que a “El jardín de senderos que se bifurcan” le negaron el premio nacional. Yo diría que si un editor te rechaza una obra por experimental podés sentirte satisfecho: quiere decir que vas bien.
Jesico: Lo que me menatenía un poco insatisfecho era/ es la imposibilidad de comprender a qué se refería con experimental, pero no para insistir ni nada por el estilo. Tal vez sea eso que planteás; pero creo que no es lo que él pensaba. Por supuesto que acuerdo en el desajuste entre proceso y resultado, en la necesidad del mismo para sostener la experiencia. Y en esto es donde pienso lo experimental como una forma de experiencia con el lenguaje, más o menos fallida, pero que insiste siempre, buscando algo más allá de lo que uno se propone (experimentación sería, en este caso, un sinónimo de "experienciación"). Y me parecía importante reflotar esta idea del editor auténtico frente al simulacro de editor porque, precisamente, la nota de Osvaldo daba cuenta de que había una cierta hegemonía en la cultura editorial "rosarina" y argentina. Así que algo había que decir. Por lo menos.
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