martes, 7 de julio de 2009

LOS USOS DE MARTÍN FIERRO


Quiero referirme aquí, brevemente, a los usos que el poema de José Hernández sufre en el presente. La palabra “uso” admite, como se ha precisado desde diferentes enfoques teóricos, una idea de utilidad; no de reproducción fiel a lo que el poema ha significado en el pasado, sino a su re-utilización desde diferentes contextos socio-históricos. Me interesa, en este caso, problematizar los usos que el mismo posee por el sector rural en el presente, para polemizar e, incluso, desenmascarar un uso ideológico (tan ideológico como la perspectiva que se le recrimina al Gobierno. En este sentido, aclaro, también haré un uso del mismo, centrado en una tradición de lecturas críticas argentinas que entiende que palabras como “patria” y “nación” son construcciones sociales detrás de las cuales se ocultan intereses y juegos de poder de diferentes actores.
Podríamos decir que quien ha leído el poema de Hernández, sin haber procesado las lecturas críticas más significativas de él, corre el peligro de leerlo mal o de caer en las trampas ideológicas que encubre. Por eso, delinearé, en breve, los avances de investigación en este terreno para, después, centrarme en cómo es usado por el sector rural y hacerme algunos interrogantes que surgen de ese empleo. En primer lugar, ha sido Borges quien ha desenmascarado el carácter artificial del Martín Fierro. Porque el poema pertenece a Hernández, no a un gaucho. La voz del gaucho es utilizada por un hombre de ciudad, periodista y federal, José Hernández, para armar un personaje que sirva a los propósitos políticos pretendidos por el autor. Josefina Ludmer, una de las críticas literarias más significativas de Argentina, compuso un libro ineludible titulado El género gauchesco. Un tratado sobre la Patria. En él, Ludmer sostiene que en el género gauchesco, la voz del gaucho es usada como lo es su cuerpo en el ejército por el Estado: para servir a los propósitos de un sector político, sin medir las consecuencias y la aniquilación que a ese mismo gaucho implicaban. De hecho, cuando aparece Martín Fierro, el gaucho ha sido prácticamente exterminado por su empleo en las luchas contra el indio en la frontera. El poema, sostienen María Teresa Gramuglio y Tulio Halperin Donghi, es el intento de Hernández para domesticar al gaucho como peón rural, para dejar de usarlo en el ejército, y comenzar a emplearlo como mano de obra en la agricultura, apartándolo del rol que para él y para la dirigencia política del momento era la vagancia o el matrerismo. El poema de Hernández, usando la voz del gaucho, entonces, pretendía domesticar, transformar al gaucho en aquello que no era: mano de obra para la agricultura.
De modo que el libro que se ha esgrimido como nacional, como aquél que reflejaba el verdadero espíritu de la nación y de sus hombres, los gauchos, es, en el fondo, no sólo un artificio esgrimido por la dirigencia urbana, política y agrícola del S. XIX, sino que va en contra de la misma forma de vida gaucha. Pero hay más. Porque luego de que el gaucho y la forma de vida gaucha han sido asimiladas al sistema y, por lo tanto, destruidos, en el contexto del Centenario de 1910, el poema vuelve a ser usado. En 1913, Leopoldo Lugones inicia un ciclo de conferencias en el Teatro Odeón de Buenos Aires. Desde entonces y gracias a la publicación del libro “El payador”, del mismo Lugones, el gaucho y el poema de Hernández se pensaron como libro y personaje nacional. Lo que no se dice, detrás de ese discurso “patrio”, es que Lugones y la oligarquía del centenario necesitaban al gaucho que el poema de Hernández inventaba como modelo para contrarrestar un supuesto mal que, para ellos, ponía en peligro a la “nación”: “los inmigrantes”. Frente a la diferencia de lenguas y frente a las ideas anarquistas y socialistas del sector inmigrante, el poema de Hernández, el de un gaucho malo que se vuelve bueno y da consejos funcionales al Estado oligárquico rural, servía para mantener un sistema político e ideologizar (someter a ese sistema político) a esa incipiente nueva masa urbana extranjera y ajena al país a la cual se pensó como una enfermedad.
Con esa historia, que puede llevarse y seguirse también en otros contextos, como el de la dictadura militar, el poema de Hernández y el gaucho inventado por él han sido y siguen siendo usados. Se usa una voz popular, próxima al pueblo, para alentar ideas funcionales al trabajo rural y a la vida civilizada que el gaucho, como personaje histórico concreto y real, nunca pudo tener. Esto se llama populismo y demagogia también; pero además, uso de la literatura para transponerla a la realidad. Cuando los dirigentes rurales atacan al gobierno en estos términos, no dejan en ningún momento de usar en sus discursos citas del poema de Hernández y una voz gauchesca que produzca adhesiones simpáticas. En sus discursos, al igual que en el poema de Hernández, pareciera que el trabajo que dan ellos, los patrones del poema de Hernández, van a hacer felices y sacar de la pobreza al pueblo argentino. Antes de este gobierno, incluso en el S XIX, ese mismo empleo que le dieron al gaucho o a los peones en el S XX, alentado por el poema de Hernández como pilar de bonanza y bienestar, nunca los sacó de la pobreza; al contrario, los transformó en mano de obra funcional a sus intereses de acumulación, sin permitirles dar un salto por fuera de esa posición social. Entonces, frente a este uso del poema, a veces uno se pregunta con ingenuidad: ¿será que cuando le recriminan al gobierno que deje de dar planes sociales a los marginados urbanos, pretenden, como al gaucho, transformarlos en sus peones rurales y hacerles creer que con ese trabajo van a ser más felices y estar mejor? ¿Qué con ese trabajo van a salir de la pobreza? Difícilmente se pueda responder esta pregunta de modo satisfactorio y consensuado, si consideramos la historia que el poema carga y los resultados visibles a lo largo del S XX de ese programa ideológico que se impuso y que llevó a la Argentina a convertirse, en la década de 1880, en exportadora de granos. La historia de ese modelo demuestra que es insuficiente para sacar de la pobreza y de la marginalidad a los sectores de la población que hoy pretende redimir. Con esto no quiero decir que el Estado (defendido por el Gobierno como nuevo santo del panteón) o el mercado (caballito del neoliberalismo) sí puedan hacerlo. Esos dos modelos han demostrado sus falencias también y su incapacidad, como declara Pierre de Rosanvallon en su libro El capitalismo utópico.
Tampoco sé si cuando la dirigencia rural usa versos como estos, que fueron los que cerraron el acto en Leones el viernes pasado: “A naides tengas envidia / es muy triste el envidiar, / cuando veás a otro ganar / a estorbarlo no te metas-/ cada lechón a su teta / es el modo de mamar (Hernández, vs 4695-4700)” ; no sé, insisto, si entienden lo que implica ese uso y la historia que carga en sus espaldas. No sé si sabrán que un sector de la población podemos comprender que en la selección de esos versos se dejan ver sus intereses concretos: que los dejen acumular ganancias, tranquilamente, sin que los que no tenemos acceso a sus formas de vida, nos metamos en el asunto, porque tenemos que ser “como lechones” sin pelearnos, buenitos que trabajemos para ellos sin protestar y sin reclamarles que nos den las mismas oportunidades a todos, mientras toman la leche de la chancha y los demás los vemos pelearse por ver quién toma más. El mensaje en esa selección que ofició de cierre quedó claro. Pero, independiente de que sepan o no lo que eso significa y esta historia de lecturas acumuladas sobre el poema, es importante que comprendan que hay un sector de la población que sí sabe lo que significa usar el Martín Fierro y que siempre va a estar ahí para desenmascarar un proyecto político que resultó en fracaso.

El presente texto fue enviado a la redacción del diario El informante, la semana posterior al 23/02/09, cuando se realizó el acto del campo. Por razones desconocidas, el texto que disentía con el perfil pro campo del diario, no fue publicado.

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