sábado, 5 de mayo de 2012

No cuenten conmigo para las líneas rectas (perfectas y sublimes).

 Para Irina Garbatzky,
cuyas charlas hicieron precisar aún más el camino.

Ciertamente. Una vez, una jurado [y periodista] de concurso literario, le dijo al Niño C que sus cuentos temblaban, que perdían en un momento el punto de vista del personaje, como si ahí se hiciera evidente una pérdida de su voz o su artificialidad extrema,  y que su operación literaria se sostenía en el columpio de una telaraña a punto de cortarse. Por eso, sus cuentos eran horribles, "técnicamente deficientes". Claro. Nos decíamos. Me decía el Niño C. Lo que denotaba esa valoración banal de la jueza (o mejor dicho, de la policía literaria que va en busca de la tecniquería con toda su superstición, a diferencia de una lectura abierta a la literatura en tanto espacio de posibilidades como la de Irina Garbatzky) era un profundo olvido de todos los acontecimientos literarios que habían mutado las formas de narrar en la tadición literaria argentina, por lo menos, desde los '70 (y un poquito antes también). Olvidaba las desarticulaciones del punto de vista que Osvaldo Lamborghini, Luis Gusmán y el propio César Aira habían promovido desde entonces. El primero, mediante una estética del choque que nos sumergía adentro-afuera de las voces narrativas, bajo la impresión de una "cosa gorda redonda" que salía y se metía en las voces de los personajes, intercalándolas con los puntos de vista de uno o varios narradores que parecían actuar, por ejemplo en el Fiord, bajo la mirada y la voz de un voyeurista sádico (¿el autor, el lector? ¿quién sabe? ¿e importa?). El segundo en esa proliferación de cadenas orales que reproducen un jadeo en la sintaxis, haciéndonos participar de la dualidad de un mundo repartido en las cuentas de vidrio de un frasquito destrozado. Y el tercero, dando saltos en la narración desde Moreira mismo, pero sobre todo en Emma, la cautiva, siguiendo y desestabilizando las construcciones de voces narrativas que Manuel Puig había consolidado como empalmes cinematográficos poco antes y recordándonos (algo que la jueza olvidaba) que el verdadero arte es un error en proceso pleno, que abdica de sus resultados, porque solo allí una experiencia auténtica es posible. Todos ellos, tensando la verosimilitud de sus cuentos precisamente a partir de una voz que no ocultaba el artificio, que se mostraba como tal, y que, por lo tanto, solo arriesgando la posibilidad de la creencia en su propia verosimilitud, especulaban una de las formas de la verdad en el arte (desplazando la verosimilitud identificatoria del populismo literario que se había consolidado desde Martín Fierro bajo el uso disfrazado de una voz). La auténtica forma de la verdad en el arte es su riesgo, su tensión, su puesta en tela de juicio de cualquier tecniquería. Y más acá, acontecieron esas otras dos Bestias narrativas que continuaron y desarticularon el camino, Benesdra y Cucurto, que desestabilizaron las divisiones tajantes entre autor-personaje-narrador, a través de la presencia fantasmática de una especie de Bestia narrativa que se presentifica siempre en la/s voz/ces del/los relato/s eclipsando la posibilidad de localización de un espacio lleno del sentido, cortando la simplificación banal de la mera autobiografía o de la ficción extrema. Por eso, no cuenten conmigo para volver a la línea recta de otra tradición más clásica. Porque el Niño C no escribe en la temporalidad tradicional del corte vanguardista. El Niño C se hace cargo del pasado para filtrarlo en el presente y hacerle vaticinar un futuro a través de su tránsito. Y de esa manera cree desesperadamente eso que Daniel Galera, en la novela Cordilheira manifiesta/descubre a través de los personajes: que la vida tiene que contaminarse de más literatura, que la única manera de hacer soportable el mundo es literaturizándolo, que uno tiene que empezar a vivir como los personajes de la literatura. Por eso, Wachiturro es mi hijo no convencional; por eso, además, no se puede mantener una posición rígida en la narración ya, porque se hace insostenible la división entre el arte y la vida y en esto sí, es un heredero de las vanguardias históricas.

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