lunes, 8 de julio de 2013

Diarios de la web III.

10 am

Desde la última vez, lo único que pienso es en cogerme a PASIVODULCEYSENSUAL, con la bombachita de su madre puesta. Sentir el olor de afrecho y flujo mezclados, ahí, en la nariz y en el gusto de la lengua. Sin embargo, cada vez que chateamos, me condena al mismo juego estúpido de siempre, para dejarme en la nada. Ahora, entro a ver sus fotos de Poringa otra vez. Y leo los comentarios. Uno dice: -¿Les gustaron mis fotis? ¿Es él, así, con su nombre y apellido expuesto ante todos? Porque el post pertenece a otro, al que posteó las fotos, y que supuestamente, tal y como lo deja ver la página, no es el mismo que comenta. Por lo tanto, el posesivo de la frase no remite a la pertenencia de las fotos, sino al que posa en ellas. Copio en el muro de facebook el nombre y el apellido del comentador y restrinjo la búsqueda a Rosario. Aparece su foto en el muro de facebook. PASIVODULCEYSENSUAL ahora se llama Bruno. Es él. Sin dudas. Ahí está toda su vida posteada: su novia, su trabajo, su madre, su edad, su cara de moro blanco. 

11 am

Cuando conocí al amante de mi pareja,  yo no sabía que eran amantes. Lo deduje a través de un arduo trabajo de hilvanado de pistas y de atado de cabos. Hasta que encontré un mensajito en el celular que lo confirmaba todo. Era una seguidilla de conversaciones en las cuales hablaban de mí. Se reían entre ellos y decían algunas anécdotas eróticas donde no faltaban las palabras "perfume", "piel" y "brazos". Cursilerías románticas. Esas típicas de los brotes de amor pasión. En ese momento, esquivé el melodrama. Me concentré, por el contrario, en enamorar al amante de mi pareja, que hasta ese entonces, se había hecho muy amigo de nosotros. Al mes, estaba muerto conmigo. No fue necesario demasiado tampoco. Un par de borracheras, de frases y las insinuaciones perversas y ambiguas que siempre me gusta usar como táctica de seducción y ya está, cayó solito y, lo peor para él, es que me creyó todo. 
Mi estrategia se amparaba, además, en saber que mi pareja me amaba. Él nunca dejó de hacerlo y, seguramente, estaba enamorado del otro también. Las piezas del tablero para mover eran simples. Me acordaba del tratado de Stendhal sobre el amor y la cura que allí propone: la desilución. Y le creí a la literatura y traté de poner eso en práctica. Además, sabía que mi pareja nos amaba a los dos, porque siempre, pero siempre, jugaba con vernos dormir  juntos. Una vez, nos fuimos en carpa a Carcarañá. Esa noche, él quiso ponerse en el medio, pero, a fuerza de luchita, lo desplacé. El amante intentó tocarme, después de un par de cervezas previas, por debajo de la manta, durante toda la noche. Yo estaba caliente, casi que cedo a cogérmelos a los dos juntos. Y lo hubiera hecho, pero mis fines eran otros.  Antes, los oí hablar fuera de la carpa. Se cuchicheaban cosas. También hablaban de mí. Me idealizaban, equívocamente, los dos, como si yo fuera simplemente un tontito engañado. Era el momento de actuar, supe. Por eso, me acosté en el medio.
 A mitad de la noche, mi pareja se dio cuenta de la calentura conmigo de parte de su amante y, celoso, empezó a gritar:- ¿Qué pasa que no pueden dormir, eh? El otro se hizo el pavo, se acostó en un rincón y yo abracé a mi pareja fuerte fuerte fuerte, como si estuviera siendo ultrajado y marcara la diferencia. A las pocas semanas, les envié los mensajes que tenía de ellos, pero desde mi celular y a ambos. Al minuto, los tenía a los dos tratando de darme explicaciones. Al amante de mi pareja le dije que con él no tenía nada que hablar, que esto era algo de pareja y él estaba afuera. Lloraba. Yo  sentía pena por él, con el tiempo había aprendido a quererlo, pero no lo quería cerca. Y que se entienda que no es una cuestión de celos porque era su amante. La cosa es que se habían pasado los límites. Sabía que si dejaba avanzar esa situación, el otro iba a terminar por hacerme compartir algo que no estaba dispuesto a compartir, si no, ¿por qué mi pareja había decidido hacernos conocer?  Yo no estaba dispuesto a compartir mi amor de pareja  con otro. Y las batallas se dan hasta las últimas consecuencias. 
Parece tonto, pero ahí estaba el límite: si tenés un amante de nuevo, no quiero conocerlo, ni quiero saber que existe. Le dije, en pleno llanto de su parte. No llorés, no me interesan los melodramas por algo  que no tiene que vivirse como una traición o como algo horrible o negativo. Entiendo absolutamente que desees a otros, no es algo que me importe, a decir verdad, somos seres de deseo y el deseo es positivo en sí mismo; ahora, no quiero enterarme y no quiero que lo metas en mi vida.  Tu deseo es tu deseo, hasta que querés compartirlo. Tus amantes son tus amantes, hasta que los metés en medio de tu cama. Pero tu pareja y, por lo tanto, aquel a quien amás por sobre todos los demás, soy yo. Si eso cambia, lo nuestro no tiene sentido. Esto fue un aprendizaje, pero espero que ahora entiendas hasta dónde estoy dispuesto a ceder ante tu deseo y por amor. Y la marcación de cancha quedó clarísima entre los dos desde entonces. Esa semana cogimos sin parar y desenfrenadamente como cuatro veces por día en la casita que tenemos en Pueblo Esther, donde hicimos una especie de retiro sexual. Sentimos y supimos que nos amábamos el uno al otro por sobre cualquiera en el universo. 

12: 44 pm

Al pendejo lo conocí hace más de doce años. Yo creo que tenía 20 o 21 y él no creo que llegase a 15. Ya no lo recuerdo. Estaba chateando en el viejo vía rosario esa noche, y concretamos un encuentro. Cuando lo vi, supe que iba a ser mi perdición. Teníamos piel. El mismo ritmo de cogida, los mismos tics, el deseo explosivo que nos brotaba en arrebatos caóticos. Sabía, por su mirada, mientras se la chupaba, que él estaba peor que yo, desbordado de deseo, pero también que sentía una especie de miedo y culpa ante tanto tanto tanto. Su querida heterosexualidad -él me aclaró siempre que no era puto- estaba poniéndose en juego todo el tiempo, y sabía cuáles eran las reacciones típicas: la imposición de distancias. Traté, por eso, de no presionarlo demasiado y así nos encontramos a raíz de tres o cuatro años, en intervalos de tiempo que él imponía, seguramente, hasta tener las cosas claras y elaborar una puertita de escape tranquilizadora a lo que le pasaba. 
Ahora nos encontramos después de mucho tiempo en que nos habíamos perdido el rastro. Me dice que no puede estar más sin verme, que es lo único que necesita en este momento, cogerme, que le mande fotos de mi cola, aunque sea, por el messenger o por facebook, así puede, por lo menos, controlarse hasta que podamos coordinar. Yo le digo: -Mirá que estoy en pareja, no tengo tiempo, no tengo ganas de quilombo tampoco. Me pregunta:- ¿Pero vos te acordás de mí? Le respondo que es imposible olvidarlo y que no entiendo qué tiene que ver eso con lo que le estoy diciendo. No contesta nada. Y vuelve al ataque: -Dale, escapate (sic) ahora un rato, por favor, inventá cualquier excusa, que te vas a la estación a buscar cigarrillos, que tenés que ir a la farmacia, lo que sea, nos vemos por ahí en mi moto, aunque sea diez minutos, nos cogemos por ahí, en la costa, en un parque, donde sea, y listo. El plural en que fue conjugado el verbo despertó todos mis morbos, ¿y si el pendejo finalmente siguió experimentando y ahora también quiere que efectivamente me lo coja en el sentido más banal y reduccionista que suele tener esto en el imaginario colectivo?
Vuelvo a mirar su muro en facebook. Y entonces veo algo que agrega un plus simbólico a todo: se casó con una chica que tiene mi mismo apellido. Trato de mirar si ella no es pariente, siquiera lejana, pero parece que no. Creo que no es de Rosario, porque algunas fotos donde ella está no parecen de acá. Me cae bien. Sé que se quieren, que se aman, que son felices. Pero ese apellido y su coincidencia me vuelven loco. ¿Cómo es posible que él, aún cuando yo le había mentido sobre mi nombre y aún cuando no sabía mi apellido, terminase involucrado en esta doble vida entre dos apellidos idénticos? ¿Qué pensará él de esta red de apellidos, ahora que sabe mi verdadero nombre por el muro de Face? Igual, yo quedé peor ante la coincidencia: por delirio místico o como quieran llamarlo, empecé a creer que estábamos unidos y, por primera vez en mucho tiempo, tuve un brote de ternura enorme, gigante. Creo que me enamoré, y le pregunté: -¿dónde nos vemos?



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