viernes, 26 de noviembre de 2010

XVII. Viajes

Mientras la ruta pasa por el costado, el Niño C mira las fotos de la cordillera, de Buenos Aires inmenso en la noche de un atardecer con tormentas mientras descendían en Ezeiza, se acuerda del tipo de Van travel que se perdió en el aeropuerto una hora cuarenta y cinco minutos, que luego no embocaba el peaje manual cerca de Campana, que puteaba como loco, mientras él trataba de ponerle el cinturón a F que se había dormido. Después cierra la notebook y mira los corrales. Esto no es Santiago, ni Valpo. No están en el 612 a la Sebastiana que parecía una montaña rusa, pero chilena, entre las casas. La voz del tipo que les dijo: A veces, los colectivos terminan en el living de las casas, no la oye más. Se apagó. Pero hay imágenes. Una bandera inmensa, un faro con publicidades en pantallas al aire libre, alto, una biblioteca sin material, un ascensor a la orilla de una bahía, pelícanos y gaviotas paralizadas por un flash. Y la entrada por Oroño en plena noche. Las valijas abiertas en el suelo de su casa. El quilombo del regreso. Y la mañana. Subidos al auto y otra vez en la ruta y ahora, lejos, en una penumbra, aparecen los dos edificios; pero esto no es Rosario; es Leones y no entiende cómo se atraviesa así como así el espacio, la geografía. A Lucio Mansilla le llevó volúmenes reunir la Excursión, diarios y diarios publicar sus sueños sobre la Pampa, explicar eso que era un viaje. Nosotros soñamos y ya estábamos en otro lado. Ni cuenta nos dimos de la alteración del paisaje. Y encima ya no había indios con los cuales aprender algo más de la civilización.

XVI. La otra casa

Estoy cansado de Nerudas. Resulta que no sólo su cara y su nombre aparece , espectral, en cada recoveco de Valpo, sino que hoy, además, después de mearle la playa de la casa en Isla Negra y después de haber luchado con los lancheros porque nos vieron las caras de boludos y nos querían cobrar diez veces más por una vuelta en barco por la bahía. Sí, luego de pelear hasta el hartazgo, F con ellos, el Niño C huyendo de la violencia real, ahí, al costado del agua turbulenta que golpea el muelle. Cuando una Lola gritaba que los denunciaría por aprovecharse de sus bolsillos, por no dejar salir a la lancha colectiva barata. Posterior a todas esas circunstancias, terminamos en la otra casa de Pablito en La Sebastiana. Dicen que tiene como veinticinco casas por Chile. Para mí es una exageración. Pero me callo la boca. Esto de ganar nóbeles rinde, che, no hay caso. Por suerte, ¡oh, coincidencia con gloria morir!, y a pesar de las vueltas bruscas por los cerros, entre las cabezas cariadas que asomaban sus encías, por suerte, sí, terminamos en el lugar en que teníamos que encontrarnos con Nadia y que ya, de tanto mareo y de ir de un lado al otro, no recordaba dónde era. El Niño C dice que, al menos, no fue en vano, mientras le mea el patio a la Fundación Pablito como a la tarde la playa en Isla Negra, construida y ampliada turísticamente al costado, arriba y debajo de su casa original casi desaparecida. No vino al pedo. No. Y sobre todo, porque Nadia no es Neruda y gracias a Chile.lé.lé.lé.

XV. Los valores de Pablito

El Niño C entra a la casa de Neruda. Como su poesía: preciosa. Pero que se entienda aquí que el adejtivo es sólo una predicación; nunca un valor positivo en sí mismo. Por supuesto. Todo turístico. Muy. El señor embajador, casi presidente y Premio Nobel ni reparó en rodearse de un paisaje impresionante –podría decirse también impresionista– y belle-letrista. Una isla no isla ni negra, sino playa turquesa, blanca, celeste, rosa, verde y apenas azul oscuro. Cada vez confirmo más la teoría. El Niño C la confirma. Así es fácil escribir poesía linda. El señor no se rodeó de lo que Baudelaire, o Cucurto o Hamsun. Arlt tenía razón: para hacer estilo pulcro y perfecto, hay que tener rentas. Para ser un “gran escritor”, un premio, hay que tener una cuenta bancaria. De lo que se deducen varias consecuencias. Por ejemplo, que quienes siguen buscando o leyendo la literatura por el valor de lo bello, de lo perfecto, de lo lindo o lo ¡ay, qué bien escribe! sostienen una hegemonía axiológica y una división social concreta. De seguir leyendo y escribiendo así, bajo esos valores, sólo podrán escribir literatura los que tengan fortuna y los demás, quedaremos afuera. Por brutos. Por Bestias. Por pobres. Quieran o no reconocerlo, señores, las cosas parece que son así. Puedo equivocarme. Siempre. Pero en la superficie y en el fondo, la distribución económica también crea valor literario. Y acá estamos. En el cacho de casita de Neruda.