lunes, 10 de marzo de 2014

Una potencia que aparece. Francisco Luis Bernárdez

Cuando dictaba un taller de escritura y de lectura en Leones, una vez, Amanda, una de las lectoras más atentas del curso, planteó la necesidad de volver a esa poesía que le enseñaban cuando era chica, en la escuela, como la de Rubén Darío, Alfonsina Storni o la de Fernández Moreno, por ejemplo. Decía y sonreía. Los comparaba, por alguna razón que nunca comprendí, con Benedetti. Mi excesiva fijación con ciertos poetas del S XIX europeo, de la vanguardia latinoamericana y de los más actuales, tal vez, había provocado en Amanda una reacción que la llevaba a desear que leyéramos esas poesías que le habían enseñado a leer. Para mí no era un desafío demasiado alejado. Todo lo contrario. Aún en plena década de los noventa, muchos de esos poetas que a ella le habían enseñado a leer poesía habían sido los que a nosotros, en el pueblo,  nos habían enseñado a leer. Por eso, intentaba siempre llevar al taller (sic) algo que saliera de ese canon, que produjera una leve disonancia con esos parámetros estéticos a los que, presuponía, estaban acostumbrados. La reacción de Amanda no era una excepción, un caso, sino una petición grupal escondida. Porque entre quienes asistían al taller, los versos modernistas y románticos eran los que generaban comunidad sensible. De modo que comprendí que aquéllo era un reclamo grupal. Al principio, me concentré en argumentar todas las objeciones para esos carriles de lectura que el grupo parecía exigir, pero, finalmente, cedí cuando comprendí que ellos habían elegido, a pesar de mi pequeño intento de contracanonizar lo que en esas tierras era lo corriente, habían elegido volver y quedarse con lo conocido. Había sido vencido, ¿y quién era yo, al fin de cuentas, para imponerles una sensibilidad?

Sin embargo, algo muy particular llamó mi atención. Un escritor como Francisco Luis Bernárdez era prácticamente desconocido para sus cánones escolares. Decidí, entonces, probar con él. Compilé una serie de sonetos y otros poemas modernistas, otros más ultraístas, y lo llevé. Algo que me parecía fascinante: que lejos de la programática castradora y cerrada de una escritura, en Bernárdez, aparecían diversas modulaciones de la escritura poética, aunque siempre, siempre, con algo que se repetía en esas diferencias, y que nunca supe muy bien qué era, pero que me encantaba. Ahí encontramos un punto de contacto con el grupo del taller. Algo que había en Bernárdez que nos convencía tanto a ellos como a mí de una potencia interesante para leer. 

Francisco Luis Bernárdez, tal vez atravesó más de una circunstancia desfavorable como para que no circule con facilidad dentro del canon escolarizado de poesía, a pesar de tener todas las condiciones para hacerlo: una simpleza conceptual, una moral del sufridismo  y una "poética" en apariencia, "convencional". Recuerdo que casi ningún manual, hasta entonces, al menos, llevaba sus poemas. De alguna manera, creo que esas condiciones desafortunadas, son las mismas que determinaron su poca atención en la academia y en la poesía  nacional, a pesar de que muchos de sus versos, incluso hoy, se vendan como regalos en millones de tarjetitas populares en las que sigue circulando y que, cuando nos encontramos con ellos, aún hoy nos conmuevan. Pienso en dos circunstancias concretas que lo condenaron:  asumir su catolicismo y haber sido un diplomático del poder de turno. Y ahora, intuyo que esa popularidad mercantil de su circulación debe considerarse una tercera circunstancia desfavorable.  Es cierto que esas tres condiciones vitales se han vuelto para ciertas morales sensibles y distinguidas, indigeribles. Lo cierto es que, de todos modos, la escritura de Francisco Luis Bernárdez reaparece en diversos lugares para recordarnos su potencia. 

La última vez que se me presentó fue en una librería de usados en calle Santiago y Urquiza, en una edición original de 1947 por Losada de su libro Las estrellas. Lo llevé a casa y comencé a leerlo. Lo que escribo ahora es producto de ese rencuentro. 

Barthes sostuvo alguna vez que la alegoría es un lugar donde circula el poder, lo que generó que ese recurso retórico cayera en desgracia hasta nuestros días, reemplazado, por la alusión epifánica o por un materialismo de lo real. Quizá por sus circunstancias vitales, la alegóresis -y muchas veces también el símbolo- sean los recursos predilectos de Bernárdez. Pero, lejos de generar una moralización funcional al poder, que en muchos de sus poemas pareciera conceptualmente clara, siempre hay algo en su escritura -sobre todo en los sonetos y en ese invento estrófico compuesto por versos de 22 sílabas que traspasa el límite de la percepción del verso como prosa que algunos manuales prescriben-, siempre hay una especie de fuerza que nos arrastra, irrefrenablemente. 

Hay algo más allá de las analogías alegóricas que tensiona la metafísica del catolicismo ortodoxo; una especie de economía de las cosas y de lo vivido que le da una potencia irracional a su voz. Se trata de la incesante apelación a una inmaterialidad que se hace materia y visceversa. Una voz que se orquesta en esa tensión sin resolverse y que no es meramente metafísica o cristiana, sino que reenvía al reciclaje de la vida bajo la apariencia de un esquema alegórico y divino.  

Y así surge un pathos, podríamos decir en el intento por hacer comprensible lo que no se puede, que se hace voz propia y extrema por la cual sale una Bestia conmovedora que trota y lucha en el lenguaje de los poemas y que nos arrastra hasta cazarnos. Y esto, incluso, en sus pobrísimos poemas laudatorios. Es un poder irreductible a cualquier moral prescriptible de lo literario, pero también a cualquier ética de lo humano o de lo social y político, que abre la posibilidad de hacer de la poesía una apertura siempre más allá de su más acá en sí misma. Algo por lo cual llegamos a convencernos de que todo es posible en poesía y, por lo mismo, así, obtura cualquier posibilidad de racionalizar lo que allí sucede y nos atrae. 

Me parece que ese pathos donde se juega la voz entre lo material y lo inmaterial, es lo que determina que la circulación de Bernárdez siga produciéndose, aún hoy, en la misma tensión: popularmente editado por la empresa de tarjetería, inédito en  el mercado de poesía local del presente, desconocido en el canon escolar, pero aún sobreviviente en los libros que quedan por allí desperdigados y con los que seguimos encontrándonos. En definitiva, una potencia que, cada tanto, aparece. 

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