Mientras el mar choca una vez más en la costa y el dolor de cabeza se disipa con un ibuprofeno que acabo de tomar, recuerdo las palabras que latiguean como flashes. Los discursos de los guías siempre me parecen infumables. Por hipócritas, neutrales y porque no se hacen cargo de su posición que, sin embargo, aparece detrás de cada palabrita que nos llega. Y la hija de ñandú desplumado esta me hizo doler la cabeza. No vamos a hablar de política, ni de fútbol, ni de religión, empieza; pero después desenrolla la bestia que permanece oculta, controlada, debajo de su cantito. Lo peor es que hablan desde una posición piramidal: la del saber. Nosotros somos los extranjeros en un mundo que solo ellos conocen. A eso lo dejan clarito y, acto seguido, nos anulan como interlocutores válidos.
Con su voz disfónica y simpática, la guía larga su latita de conserva en los oídos. Cuenta sobre familias y señores que parecen dueños depositarios del respeto universal por el solo hecho de ser poseedores, o haber fundado una fábrica, un hotel, un acueducto. Son las genealogías de distinguidos que se esgrimen enseguida, siempre. Y, luego, lo peor: defiende cualquiera de sus negocios. Que el cianuro, que el petróleo, que el dióxido de carbono contaminan son pavadas que los ecoterroristas nos metieron en la cabeza. Y sonríe bonachona como guasón. Es un personajón simpático la mujer. Y lo peor es que los demás piratas que vamos en esta caravana de arena y viento nos quedamos mudos, sin reacción. Hasta que compara la biodegradación del cianuro con la del detergente para demostrarnos que el cianuro se descompone antes y, por ende, quiere hacernos creer que es menos peligroso. Ahí se oyen los primeros murmullos.
-¿Por qué no se lava las manos con detergente durante una hora y después se las lava con cianuro la misma cantidad de tiempo y entonces, ahí vemos qué biodegradación produce menor impacto? Capaz que así comprobamos el cianuro es mejor que el detergente y todo lo que se dice es una pavada.
Acotamos y hace silencio. Mi cara está deforme de violencia y no quiero arruinar las vacaciones de nadie. Me contengo. No digo nada más. Entonces, Élida toma el habla:
-Pero en San Juan hay niños que mueren de cáncer. ¿Acá no?
La guía niega sistemáticamente todo. Asegura que las minas y las fábricas usan y no consumen el agua con sus residuos; por ende, todo queda dentro de un circuito cerrado y no puede haber contaminación. Evita, lo sabemos, hablar de las filtraciones y de los desechos que no quedan en circuito cerrado alguno.Pero ya, ante tanta convicción para sostener un progreso en medio de la meseta desértica, nos apabulla y no la puedo oír más, ni tengo fuerzas.
Ahora, mientras miro el azul intenso del océano, esas palabras quedan reducidas a un oleaje incesante del poder. Deleuze diría que es un chorreo sobre el cuerpo social. Sin embargo, esa olita no es la única, sobre todo porque los demás piratas, ni bien se bajaron, comenzaron a comentar que había dicho cualquier cosa y que no podían creer lo que habían escuchado. Me tranquilizo: una posición de poder discursiva, nunca, pero nunca, es efectiva completamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario