Si los planteos de los románticos, hoy, tuvieran alguna remota vigencia, la cosa sería así. De haber nacido en este lugar, mi cuerpo ejecutaría dos destinos: o me suicidaría o sería un surfer que quiere perderse en el mar, adictivamente. Los dos destinos son contradictorios entre sí, pero igualmente sostenidos por un principio de evasión. Puerto Madryn aparece, allá, enfrente, debajo del último escalón de la meseta. Lo miro a Fabián y le pregunto: -¿Dónde está la civilización? Y él me dice: -Es esa. Y no aguanto más: lloro como una loca.
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