Sólo diré una cosa: Aerolíneas nos mareó. Así es el comienzo de este viaje. Primero, la empresa nos canceló el vuelo desde Rosario y nos dijo que no nos reintegraba nada, después contrató a Vans Travel, pero le dio una dirección equivocada, luego nos dijo que nos devolvía 58 insignificantes pesos, aunque cinco horas de viaje y sin dormir. Y hoy, recién, la gran noticia: Llegamos y no aparecíamos en el vuelo: nos habían cancelado el pago y reintegrado –a sesenta días- el dinero vía tarjeta de crédito.
Volvimos a cero; aunque no, la reserva se había conservado y tuvimos que pagar otra vez. Es el destino del Niño C. Ser usado por el sistema, estrujado, como a su padre en el campo, mientras cortaba con las manos cayadas la soja por la mitad del sueldo, desde las 5 de la mañana a las 7 de la tarde, porque su patrón le decía, desde su cuatro por cuatro, que estaba en problemas económicos; o como mi mamá, con las várices hinchadas y dolidas de limpiar pasillos de la Escuela. Es el destino de clase. He, perdón, ha comenzado a creer que, efectivamente, algo hay en la sangre o en la herencia o por la Moira prefijado, porque siempre le pasan estos imprevistos en pleno viaje. En Rio perdió las tarjetas de embarque y Lula casi lo deporta por confesar que ingresaba al país a estudiar y sin visado. Una demencia. Aunque también se llama incorporación de un hábito ajeno a su clase. Eso es en el fondo. Y mira el Boeing, en el que nunca viajó, conectarse por tubos traslúcidos a la mole de cemento que avanza bajo sus pies y arriba el cielo y sabe que va a estar allí y no importan los problemas: volará, volaré, como dice una canción.
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