Sube el ómnibus en Playa Ancha y a Viña del mar. Acaba de escuchar a Julia en una ponencia sobre Vallejo que le levantó los pelos de los brazos como un pollo. Ahora, mira la bahía que oscila con olas calmas y rotas sobre las rocas. Bandadas de gaviotas cruzan el aire y el colectivo va a toda velocidad. Como en Río, los que iban de una punta a la otra por la costa a noventa o cien km/h. Pero ahora suben y bajan cerros, avenidas que se elevan y entran y salen de ciudades porteñas. Llegan y caminan. Esta ciudad tiene algo que lo fascina. Ha de ser la evidente ausencia de pobreza y el orden turístico y preciosista de sus balcones y calles. ¡Si hasta hay masetas con flores en las luces y en los semáforos! Es la ausencia de pobreza. De eso que ha huído siempre y que contrasta evidentemente con Valparaíso. El Niño C no es de los que hacen una divinidad o cargan de valores auráticos a aquello que no lo tiene. Hay que haber sido pobre para darse cuenta de lo que es vivir en esas condiciones, a pura necesidad, a puro día a día tratando de conseguir las sobras de dinero con los que comprar comida. Sí, hay que ser pobre para entender que no hay nada de maravilloso en esa especie de muerte en vida y para tomar dimensión de lo necesario que es eliminar de una vez por toda esa película de terror en la que están metidos sin querer y a fuerza de voluntad millones de niños y niñas que no pueden dormir de noche porque el hombre de la bolsa les rasguña los estómagos o las paredes. Esto es evidentemente algo que le encantaría tener. Es la consciencia del pobre marxista como Bestia, llevada a su expresión de deseo de la vida del otro. Posible. Es pura necesidad, baba que cae sin saciarse nunca, diría. Y ojalá todos viviéramos en este confort. Pero siempre y cuando antes hayamos sido pobres. Porque si hay algo que Viña nunca podrá tener como Valparaíso es la evidente calidad cultural y de la gente; los vínculos humanos de los que el pobre es capaz de enriquecerse como si fuera lo único a lo que puede tener acceso y ser capaz de acumular. Vínculos para nada endebles, como los de la modernidad líquida de un sector social acomodado que describen algunos sociólogos. El pobre tiene otro tipo de vínculos, es otra gente, sin duda. Aunque no es conveniente vivir en medio del horror, en medio de ese juego del miedo, porque tarde o temprano esos vínculos se vuelven gueto y la consciencia se convierte en un páramo más pobre que la de la vida. Por eso hay que huir, aunque parezca contradictorio. Y acá estamos. En la muestra fotográfica de Valparaíso, mientras la gente se amontona en la Plaza Sotomayor porque ha comenzado otro recital gratuito. Nosotros en este Laberinto de miradas, una muestra de fotógrafos globales que captaron movimientos, fricciones y experiencias colectivas de fotografía en América Latina. Y lo mejor de todo es que es en las paredes de la Estación de metro del Puerto. No hay estadio, no hay parque, playa o conjunto de pelícanos de Viña, a pesar de toda su belleza y confort, que puedan compararse con esto.
2 comentarios:
Muy güeno, cosas que también viví y agradezco que me hayan pasado.
Gracias, JM Ocampo. Seguramente vos y el Niño C han vivido cosas semejantes -y hasta pasado algunas juntos. Abrazo.
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