Después de buscar casi desesperadamente un presupuesto adecuado para llegar a Isla Negra –sí, a la casa de Neruda– estamos en pleno viaje, subiendo cada vez más alto. El Niño C comienza a sentir la persistencia en el cuerpo de los primeros dolores. Tal vez la altura o el subir y bajar a cada rato en esta precordillera. No sé. Tal vez algo le esté partiendo los huesos, la cabeza, la lengua. Ayer. Por ejemplo. Sí. Terminó acostado. Casi desmayado. Antes. En Viña. Sintió que el mundo se desgarraba. Y el dolor de cabeza. Y la estupidez. Que enlentecía los movimientos. Parecía una muerte. Tuvo que volver. Y hoy. Mientras marcha. Por las laderas de pinos. Y eucaliptos. Se da cuenta de que esos dolores parecen instalados en el paisaje. Tiene que ser la comida. La falta de buena comida durante la semana. Puras empanadas. No fue necesario, no, comprar un bife a lo pobre, como dicen los menús, para ser pobre. El cuerpo. Ahora le devuelve esos. Por tantas porquerías metidas. Se llama malalimentación por falta de plata. Hambre. Comida de pobre. Como allá en el campo. Semblante y dolores de pobre. Y ya se quiere ir. Volver. No aguanta más. Necesita estar en Rosario otra vez.
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