El Niño C entra a la casa de Neruda. Como su poesía: preciosa. Pero que se entienda aquí que el adejtivo es sólo una predicación; nunca un valor positivo en sí mismo. Por supuesto. Todo turístico. Muy. El señor embajador, casi presidente y Premio Nobel ni reparó en rodearse de un paisaje impresionante –podría decirse también impresionista– y belle-letrista. Una isla no isla ni negra, sino playa turquesa, blanca, celeste, rosa, verde y apenas azul oscuro. Cada vez confirmo más la teoría. El Niño C la confirma. Así es fácil escribir poesía linda. El señor no se rodeó de lo que Baudelaire, o Cucurto o Hamsun. Arlt tenía razón: para hacer estilo pulcro y perfecto, hay que tener rentas. Para ser un “gran escritor”, un premio, hay que tener una cuenta bancaria. De lo que se deducen varias consecuencias. Por ejemplo, que quienes siguen buscando o leyendo la literatura por el valor de lo bello, de lo perfecto, de lo lindo o lo ¡ay, qué bien escribe! sostienen una hegemonía axiológica y una división social concreta. De seguir leyendo y escribiendo así, bajo esos valores, sólo podrán escribir literatura los que tengan fortuna y los demás, quedaremos afuera. Por brutos. Por Bestias. Por pobres. Quieran o no reconocerlo, señores, las cosas parece que son así. Puedo equivocarme. Siempre. Pero en la superficie y en el fondo, la distribución económica también crea valor literario. Y acá estamos. En el cacho de casita de Neruda.
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