Después de descansar un poco, salimos por O'Higgins. El Niño C ha sido siempre de esos que sostienen que una ciudad se conoce caminando o si no, sólo se la atraviesa. Y meten primera. Estábamos cerca de La Moneda ya, cuando empezó a llegar la música. En golpes electro-tecno. De boliche.
F entró a un súper para comprar un sandwich. El Niño C se apoyó en espera contra el tapial del metro. Y comenzaron a aparecer. Eran bandadas enteras que entraban y salían del metro, del súper, de la esquina, que doblaban desde y hacia la plaza enfrente de La Moneda o hacia La Moneda. Eran Niños-Niñas y Niñas-Niños de todos los estilos, colores, peinados, bellezas, sensualidades, provocaciones, alturas y gestualidades. Y miraban. Lo miraban. Como buscando lo que no les dará. Histérico.
F mira desde la caja con los ojos enormes y la sonrisa de Monalisa. Sale. Me dice, en seco: -No encontré un sólo sandwich, pero las libélulas brotan de las baldosas.
-¡Qué cantidad! Debe haber algo -le digo.
Entonces, el Niño C ve grupos dispersos que aparecen blandiendo una banderita con los colores del arco iris y la estrellita blanca en un cuadro azul replicando la bandera de Chile gigante que se revuelca en al aire frente a La Moneda. ¡Pero esta es gay!
Caminamos hacia donde los grupos se vuelven hordas y ni bien llegamos a la Plaza, vemos, debajo de un edificio arco al que atraviesa una calle; sí, ahí, donde pasarían los autos y el edificio (enorme y cuadradamente militar) forma un marco, el Niño C y F ven un escenario sobre el que bailan como descosidas, una en cada punta, dos Niños-Niñas aladas casi en pelotas. En medio del escenario gigante, una transformista arenga la Horda que rebota en danzas metálicas con sus banderitas al viento. Y la música llena la muralla de edificios, los atraviesa y rebota en las montañas del Valle.
"Gay Parade" dice el cartel del escenario. Y se meten, el Niño C y F en medio de la muchedumbre. F me mira y agrega: -¡Pero qué cacho de convención! ¡Y estos convencionistas se vinieron en manada a participar del debate! ¿Darán certificados? ¿Dónde habrá que inscribirse?
Me río por la ocurrencia. Y pienso que sería una buena idea: una convención G donde , en lugar de buscar acuerdos sobre un problema, se participe bailando, tomando cervezas o piscos sours, besándose, revolcándose en los canteros de la calle. ¡Las cosas que se solucionarían! ¡El final de todas las guerras! Después de todo, no hay mejor forma de convenir más que con el cuerpo.
Si hasta el cuerpo social no puede eludir la fiesta: las Señoras, esposas de militares o de administrativos, que pasan con sus perritos y miran horrorizadas el espectáculo o los señores que aprovechan para reírse de lo que serían ellos mismos si no fueran tan reprimidos. De ahora en más, estamos en la convención y los participantes saturan el paisaje a los saltos, con movimientos rápidos y robóticos, cuadras y cuadras de música en la que se multiplican los escenarios en torno de una multitud que parecería liberada, aunque no.
El Niño C recuerda aquella vez en Copacabana, cerca de esta fecha, en la que se hizo una Gay Parade, a la que él confundió con la marcha del Orgullo gay -cualquiera: eso por no militar, por creerse uno más y nunca parte de una minoría gueto. Y fueron, aquella vez con Mariana, después de la playa. Esto es lo mismo, pero en Santiago y enfrente de los emblemas del poder chileno por excelencia: La Moneda y la bandera. Son las mismas Hordas, sólo que ahora con una estrellita chilena alterada por arco iris y rodeados de carabineros. Sí, los circundan por todos lados, hasta saturar de verde los colores múltiples. Tiesos con sus pistolas y con sus gestos despectivos. Tampoco hay camiones-escenarios como aquella vez; pero sí los camiones de los carabineros que parecen haber salido de una película de Terror. Mejor ni acercarse, a ver si te encierran adentro. ¡Ni loco!
Pero la gente es, incluso, la misma y diferente. Idénticos estilos, disfraces, vestidos, polleritas, colitas de colegialas, cuernitos de diablitos-diablitas, formas de bailar, gestos, obsenidades. Pero los rasgos, las pieles, las tonadas, las lenguas, los ojos (achinados), las banderas, los lugares, son otros. Es que en este mundo todo parece lo mismo y diferente, a cada paso, y el estilo gay, antes marginal, hoy se ha sumado a la onda neocivilizatoria de la globalización. Desde la perisferia impone un estilo global y acá estamos, mirando rostros, caminando cuadras y cuadras y recibendo insinuaciones, babas del deseo, como en casa; aunque no.
Sobre el final, el Niño C oye a la Transformista del escenario agradecer y reprochar a los carabineros. Por haberse comportado bien esta vuelta, aunque, dice, en el pasado hayan hecho tanto mal. Y la multitud de Niños-Niñas y de Niñas-Niños grita desenfrenadamente, mientras el pasado reciente de Chile se reactualiza para depurarse (democráticamente) en una Gay Parade global más; pero todavía con poder desestablizador y vibrante, a pesar de su notable alineación con la onda neocivilizatoria.
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